En nuestro camino encontramos muchas almas con las que compartimos vivencias que contribuyen a nuestro crecimiento y al suyo propio. Juntos aprendemos lecciones, celebramos triunfos, lloramos derrotas y compartimos el amor. Pero, a veces, no hay más remedio que decir adiós, por las razones que cada caso conlleve. Hay despedidas que llegan de manera repentina, inesperada, sin advertencia, y hay despedidas que podemos decidir, cuando ya no quedan ni la minima para mantener en pie la relación...
Cuánto dura una etapa de despedida no es importante, pero sí lo es la actitud que adoptemos frente a ellas... Podemos cerrar el corazón y sentirnos amargados, perdedores... o podemos despedirnos con el corazón abierto, agradeciendo todo lo que hemos aprendido.
Podemos decir adiós emitiendo juicios duros, preguntándonos qué hicimos mal para que nuestro camino nos impidiera continuar unidos e incluso culpar al otro...o podemos hacerlo con una actitud de confianza, de amor, con la certeza de que nuestros corazones nos unieron durante un tiempo para disfrutar de la vida y avanzar en nuestro viaje.
Podemos decir adiós sintiendo tristeza, dolor, bloqueando nuestras emociones, diciéndonos que así es la vida... O podemos hacerlo con el corazón abierto, aceptando que a veces es hora de dejar ir...
No siempre podemos elegir el momento, pero sí podemos elegir qué recuerdos y sentimientos guardar en nuestro corazón. Yo creo que es inevitable sentir una enorme tristeza, desesperanza, cuando nos despedimos de alguien que ocupó un lugar importante en nuestras vidas, hoy debo de reconocer que me siento así, pero también creo que vivir esa etapa de duelo es necesario y sano. Lo que no hay que hacer es aferrarse a ella, en la certeza de que un día se terminará y la Vida nos volverá a sonreír, diciéndonos... "Esto también pasará"